EL PERRO NEGRO
No se exactamente que hora sería, debía ser cercano al filo de la media noche cuando desperté sobresaltado, dando un salto que casi me saca de la lullida y parcheada hamaca en la cual dormía; instintivamente miré hacia el camastro donde dormían mis padres; fuera, en el patio "Arandú" y "Solim" las mascotas de la casa aullaban lastimeramente de manera inusual así como todos los perros de la comarca. Aferrado con ambas manos al borde de mi hamaca, miré a mis padres quienes intercambiaron una inteligente mirada y mi mamá se llevó un dedo a los labios indicando que guardara silencio; se levantó intentando no hacer ruido e incendio con un fósforo la lámpara de tubo la cual colocó en un rincón sobre el piso alisao; a punta de pie se acercó donde mi y acariciando mis cabellos me dijo en voz baja "duerme", esto me tranquilizó un poco pero los perros seguían aullando, entonando un coro inquietante, que erizó mi piel.
Volví asomarme para mirar a mis padres, tenía miedo, pero mi orgullo era más fuerte, permanecían despiertos, aunque fingian dormir para tranquilizarme pero esa aptitud me intranquilizó aún más.
Era una noche de luna llena y la luz de la luna se metía por las rendijas de las pencas con que estaban hechas las paredes de aquella humilde vivienda campesina, aún sin terminar de empañetar sus paredes con bahareque (mezcla de cieno con estiercol de burro o caballo); la luz de la lámpara de tubo proyectaba caprichosas figuras dentro del cuarto.
Presentía que algo no está bien, mis padres fingian dormir y ni siquiera se movían para evitar hacer ruido y los resortes del viejo camastro no chirriaran; de pronto los perros emitieron ladridos lastimeros como cuando algo los golpea y escaparon a toda velocidad, volví asomarme a mirar a mis padres quienes permanecian quietos casi sin respirar.
La lámpara repentinamente se apagó al acabarse su combustible; me quedé quieto, reinaba el silencio y sólo se escuchaba a lo lejos los aullidos de los perros de las fincas cercanas; repentinamente, afuera unos pasos sobre las hojas secas, un respirar agitado y un gruñir gutural se escuchaban; aquello, fuese lo que fuere daba vueltas alrededor de la vivienda con suma paciencia, como al acecho, buscando por donde entrar.
Mi corazón se quería salir del pecho, latía a mil. No se que me impulsó y baje de la hamaca y me acerqué a las rendijas de las pencas sin empañetar, y justo alli, bañado por la luz de la luna estaba aquella cosa enorme, negro como la noche, ojos rojos como brasas, fauses enormes y babeantes... Me estaban mirando!.
Una mano enorme cubrió mi boca ahogando mi grito de terror... era mi padre, me cargo suavemente hasta la cama al tiempo que me decía "es el perro negro, no hagas ruido y pronto se irá", me acurruque en el pecho de mi mamá intentando que el viejo camastro no crujiera.
Fue la noche más larga de mi vida, mi corazón seguía latiendo fuerte; luego reinó la calma, cesaron los aullidos y el cantar de los gallos anunciaron un nuevo día.
Al día siguiente llegaron las noticias que en una finca cercana el perro negro le había matado tres perros sacado les las azaduras.
"Arandú" y "Solim" aparecieron a los tres días aunque nunca fueron las mismas mascotas de antes, el miedo vivía en ellos; al igual que en mí por mucho tiempo.
Por: Marto López
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No se exactamente que hora sería, debía ser cercano al filo de la media noche cuando desperté sobresaltado, dando un salto que casi me saca de la lullida y parcheada hamaca en la cual dormía; instintivamente miré hacia el camastro donde dormían mis padres; fuera, en el patio "Arandú" y "Solim" las mascotas de la casa aullaban lastimeramente de manera inusual así como todos los perros de la comarca. Aferrado con ambas manos al borde de mi hamaca, miré a mis padres quienes intercambiaron una inteligente mirada y mi mamá se llevó un dedo a los labios indicando que guardara silencio; se levantó intentando no hacer ruido e incendio con un fósforo la lámpara de tubo la cual colocó en un rincón sobre el piso alisao; a punta de pie se acercó donde mi y acariciando mis cabellos me dijo en voz baja "duerme", esto me tranquilizó un poco pero los perros seguían aullando, entonando un coro inquietante, que erizó mi piel.
Volví asomarme para mirar a mis padres, tenía miedo, pero mi orgullo era más fuerte, permanecían despiertos, aunque fingian dormir para tranquilizarme pero esa aptitud me intranquilizó aún más.
Era una noche de luna llena y la luz de la luna se metía por las rendijas de las pencas con que estaban hechas las paredes de aquella humilde vivienda campesina, aún sin terminar de empañetar sus paredes con bahareque (mezcla de cieno con estiercol de burro o caballo); la luz de la lámpara de tubo proyectaba caprichosas figuras dentro del cuarto.
Presentía que algo no está bien, mis padres fingian dormir y ni siquiera se movían para evitar hacer ruido y los resortes del viejo camastro no chirriaran; de pronto los perros emitieron ladridos lastimeros como cuando algo los golpea y escaparon a toda velocidad, volví asomarme a mirar a mis padres quienes permanecian quietos casi sin respirar.
La lámpara repentinamente se apagó al acabarse su combustible; me quedé quieto, reinaba el silencio y sólo se escuchaba a lo lejos los aullidos de los perros de las fincas cercanas; repentinamente, afuera unos pasos sobre las hojas secas, un respirar agitado y un gruñir gutural se escuchaban; aquello, fuese lo que fuere daba vueltas alrededor de la vivienda con suma paciencia, como al acecho, buscando por donde entrar.
Mi corazón se quería salir del pecho, latía a mil. No se que me impulsó y baje de la hamaca y me acerqué a las rendijas de las pencas sin empañetar, y justo alli, bañado por la luz de la luna estaba aquella cosa enorme, negro como la noche, ojos rojos como brasas, fauses enormes y babeantes... Me estaban mirando!.
Una mano enorme cubrió mi boca ahogando mi grito de terror... era mi padre, me cargo suavemente hasta la cama al tiempo que me decía "es el perro negro, no hagas ruido y pronto se irá", me acurruque en el pecho de mi mamá intentando que el viejo camastro no crujiera.
Fue la noche más larga de mi vida, mi corazón seguía latiendo fuerte; luego reinó la calma, cesaron los aullidos y el cantar de los gallos anunciaron un nuevo día.
Al día siguiente llegaron las noticias que en una finca cercana el perro negro le había matado tres perros sacado les las azaduras.
"Arandú" y "Solim" aparecieron a los tres días aunque nunca fueron las mismas mascotas de antes, el miedo vivía en ellos; al igual que en mí por mucho tiempo.
Por: Marto López
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